¿Verdad que no os fiaríais de un médico que os recete un medicamento «para probar, porque está de moda e igual te funciona»? ¿Y por qué lo toleramos en educación? Hemos llegado a un punto en el que todo parece valer en el aula, donde se recurre a materiales creados por perfiles con la única intención de hacer negocio, muchas veces sin haber sido puestos en práctica previamente. Quitamos libros de texto pero hacemos fichas sin parar, criticamos el uso abusivo de pantallas pero en lugar de visitar el huerto escolar para trabajar las plantas, buscamos un vídeo de Youtube que nos lo explique… Queremos despertar la curiosidad innata de nuestro alumnado, pero gamificamos nuestras clases, otorgando recompensas externas por realizar absolutamente cualquier tipo de tarea ¡He visto recompensas hasta para ir al baño!

Y me incluyo porque yo también he formado parte de esa vorágine de la falsa innovación educativa. Hasta que he despertado. La innovación requiere de un aspecto fundamental y que a menudo se pasa por alto: registro de datos. No podemos saber si algo funciona si no realizamos un correcto registro de esos datos. La innovación necesita de evidencia y la evidencia también necesita de innovación. 

No jugamos con papeles; tenemos en nuestras manos el presente más preciado de nuestra sociedad, pues será nuestra infancia quien tome las decisiones en el futuro (y esperamos que lo hagan mejor). Tomemos hoy decisiones correctas que les sirvan de ejemplo y siembren semillas. Como dijo Nikolai Gógol, «el ejemplo tiene más fuerza que las reglas».

Seamos, pues, un ejemplo coherente.

Os dejo con unas infografías que preparé hace unos días y publiqué en mi cuenta de instagram, @adventuresinclass, sobre el aprendizaje dialógico y la importancia de llevarlo a cabo no solo en el aula, sino también fuera de la misma.